Academicismo Remasterizado: Una Conversación con Marcela Gonzalez
La artista plástica Marcela González trabaja las esculturas ejerciendo sobre ellas una mirada académica atravesada por los ecos contemporáneos. Sus conocimientos de las formas, técnicas y materiales hace que, si bien la Antigüedad, el Renacimiento, el Barroco sean una fuente de consulta y referencia permanente, la artista ponga especial atención en el diálogo con las estéticas actuales.
La Trastienda de lo Visible
Por: Lic. María Carolina Baulo, Agosto 2020
Casi como si buscara emular a Miguel Angel, la obra de Marcela Gonzalez gravita entre el hacer escultórico y la pintura. Escultora ante todo y con una mirada que “pinta desde los huesos”, sus trabajos nos acercan a una formación academicista que subyace latente y no se deja ocultar por completo aun cuando las intervenciones más contemporáneas intenten desafiar esa composición estructural equilibrada. El conocimiento de la técnica se presenta aun en los intentos de soslayarla porque su fuente de inspiración primigenia han sido tanto las imágenes de la Antigüedad como los ecos que ellas han dejado en el Renacimiento, el Barroco y hasta en la actualidad. Con su obra, Marcela traza puentes entre las materialidades para hacerse presente en las pinturas de gran formato pero haciendo especial énfasis en el volumen. Resina, yeso, mármol, cemento, hierro patinado, esmaltes y pigmentos dan vida a las formas tanto sea en los óleos sobre tela como en los bajorrelieves o en las contundentes esculturas de bulto.
De santos y demonios (2017-8), Tus palabras y tu mar (2019), No te detengas Artemisa (2016-5) son algunas de las series de pinturas donde emerge la animalidad inherente al ser humano. Son trabajos viscerales, los colores impactan por su contundencia y su opulenta presencia cuasi abrumadora. Según la artista, todas ellas son obras que nacen desde un lugar que busca reconocerse en la búsqueda de su identidad. Y otro tanto sucede con las esculturas, sin importar el tiempo en que nos detengamos o la ejecución de las series que elijamos, todo el trabajo de Marcela está guiado por un hilo conductor que nos habla fuertemente de una artista que encuentra en la representación de la figura humana, una forma de sublimar plásticamente sus sentimientos. Series tales como Silencio (2011), Renacida (2016) o Faunos (2017) son la antesala de los trabajos más recientes que parecieran brotar como un manantial. Miradas de tiempo no tiempo (2019-2020), Enlazados (2020), Tres cabezas (2020) y Muros (2020) son ejemplos de un momento de mucha efervescencia creativa. Y quisiera detenerme especialmente en estos últimos trabajos porque creo que allí se condensa en parte, un interés por definir ese relato del ser, un ser que es producto de sus actos los cuales lo definen en el tiempo y el espacio. Las obras de este último período reducen su escala: ya no parecieran ser los enormes torsos o las telas de gran formato aquello que atrae la atención de la artista sino la técnica multidisciplinaria, mixta, que atraviesa las piezas jugando con combinaciones como el relieve enmarcado con el yeso, el esmalte sobre un cajón con grafitis en las Tres cabezas o bien las cápsulas de cristal sobre bases de mármol que contienen la resina patinada de algunas de las piezas de Miradas de tiempo no tiempo. Allí aparece la importancia de un pequeño continente como es la cápsula, otorgando a la pieza ubicada dentro suyo, ese status de “reliquia” que invita a observar sin tocar, necesitada de una protección más allá de su propia materialidad como si fuese un espíritu frágil que se preserva del afuera. Lo que el continente preserva es una esencia que por algún motivo, a diferencia de otros trabajos, Marcela Gonzalez elige cuidar como si fuese la rosa que marca el tiempo – ¿o el no tiempo?- de “La Bella y la Bestia”…
Los Muros son especialmente atractivos por el protagonismo de la materia más básica con la inmaculada fuerza del blanco, obras a puro yeso donde las cabezas humanas –andróginas muchas de ellas- emergen de una arrebato de “olas solidas” conformando cada una de las placas, un discurso autónomo pero que visto en conjunto, dan cuenta de un relato equilibrado que pasa por distintos temperamentos mientras pierden y recuperan la serenidad alternativamente. La artista pone el foco en las emociones expresadas no tanto en los rostros sino en la forma en que se los presenta: metáforas de mares agitados que aluden a pasiones incontrolables, encontrando finalmente en la obra, su escape. Algunas piezas nos invitan a transitar los remolinos y otras nos centran, aquietan y permiten tomar aire para continuar el recorrido. Caso aparte son los muros ubicados en pequeños pedestales; es allí donde Marcela introduce la palabra, la literatura combinada con los recuerdos de la infancia. Fragmentos literarios elegidos atravesados por el tamiz de la sensibilidad, sin demasiada racionalidad, estos trabajos dibujan en sus bases parte de la literatura de la pluma de Calderón de la Barca con “La vida es sueño” y el monólogo de Segismundo o bien “El Aleph” de Jorge Luis Borges.
Marcela Gonzalez habla de una “búsqueda constante, casi desesperada, por llegar a ver la trastienda de lo visible”. Allí, el silencio, el vacío, lo no dicho, los gritos acallados, se hacen presente en materia, cobran formas humanas, dan cuenta de una realidad que habita por detrás como una sombra que gana en tamaño, superando ampliamente a la silueta de la figura, como la base del iceberg que siempre es mayor a aquello que queda a la vista. Pero la figura está presente siempre: voluptuosos cuerpos muchas veces fragmentados, cabezas, brazos, torsos, cuellos con clara aspiración a ideales de belleza, con toques de calidad y factura precisa, viajan en el tiempo entre una mirada a las fuentes del pasado y una aproximación a las lecturas de un presente que promueven la revalorización de lo “imperfecto”, quizás uno de los emblemas más poderosos del siglo XXI.
Que así sea.
Lic. María Carolina Baulo
Agosto 2020